Fuego, miedo y cenizas: Mucho más complejo de lo que parece

Por Miguel Jofré, socio TIRONI

¿Quién es responsable de los incendios? ¿Es el cambio climático con sus temperaturas, sus vientos y su humedad? ¿Son grupos terroristas, bandas criminales o simples pirómanos? ¿Es el Estado el que ha fallado en el combate y la regulación? ¿Son las plantaciones forestales con especies exóticas? ¿Son los municipios que no han hecho la pega? ¿Son los ciudadanos descuidados o negligentes? ¿Son los nuevos habitantes de parcelaciones en zonas rurales? ¿Son los conejos?...

El debate público sobre las causas de los incendios forestales se activó con vigor durante un par de semanas. Surgieron distintas voces en matinales, noticieros, columnas de opinión, programas radiales, medios digitales, cartas al director, redes sociales y más. 

La gran mayoría de estas posiciones tenían una cosa en común: afirmaban una causa principal sustentada en algún argumento interesante, cuya aceptación nos conduciría a una solución para evitar el fuego en el futuro. Hemos escuchado a quienes afirman que los incendios se deben únicamente al cambio climático, también a quienes insisten en que es un problema de seguridad pública, a otros que dicen que es la expresión de un modelo extractivista, y no falta quien asegura que esto refleja la falta de Estado y la ausencia de trabajo legislativo. 

El problema de todo esto es que, lamentablemente, nadie nos va a proporcionar una solución definitiva para evitar los incendios a gran escala, porque estamos viviendo un momento de una mutabilidad sin precedentes, en la que cambian los condicionantes ecológicos, sociales y climáticos casi cada año. Nada explica por sí solo la génesis y el desarrollo de los incendios. No existe un relato, por más convincente que suene, capaz de congregar la gran cantidad de factores que se combinan para desencadenar una tragedia como la que estamos viviendo.

El pensamiento simple tranquiliza, porque lo sintetiza todo en una definición acabada. Pero las simplificaciones nos alejan de una auténtica comprensión y, sobre todo, no nos permiten vivir con la ambigüedad o la paradoja. No nos gusta la incomodidad y la desorientación que esto crea, pero nuestro mundo es un lugar demasiado complicado. Necesitamos una nueva valoración de la complejidad y el matiz y dar lugar para hacerse preguntas difíciles. Solo entonces podremos realmente solucionar y tratar los problemas multicausales que nos aquejan.

Esperemos que la intensidad del debate inicial deje paso a un diálogo reflexivo, basado en evidencia y con altura de miras, en el que todos los actores -públicos, privados, sociales y científicos- acepten sus paradojas, se reconozcan confundidos y se decidan a concordar miradas y emprender acciones conjuntas.